domingo, 24 de octubre de 2010

sueño de una siesta de verano



El presente es mío. El pasado era tuyo o nuestro. Ya no me acuerdo. Era inútil trazar una línea temporal que todo lo destruyese, porque solíamos derribar los espacios ajenos a nosotros. Era todo tan pequeño que me acostumbré a tu olor, al calor de tu cuerpo, a tu tacto. Y cuando salí de aquel laberinto, después de mucho tiempo, me dí cuenta de que cada vez que olía otra cosa que no fueses tú, que sintiese el frío de mi almohada sin que la hubieses calentado con tus dolores de cabeza, que tocase la pared con la planta del pie… cada vez que estaba fuera de ese espacio que creamos, me tocaba las narices no poder tener un refugio de guerra. Preferir la batalla a la calma solo para que derribásemos el espacio.



Y todo para simplemente decirte que…me hace cosquillas el paladar cuando te recuerdo.

sábado, 9 de octubre de 2010

El coste de las becas

España invirtió en mí casi diez millones de pesetas y ahora lo está aprovechando otro país

ANÓNIMO * (HISTORIAS DE LOS LECTORES) - Costa del Pacífico de EE UU - 29/09/2010

Estudié toda mi vida con becas. Eso, dicho así, parece una frase hecha, pero no. Estudié toda mi vida con becas, que significan -entre otras cosas- dinero de todos los contribuyentes. Con 14 años, el estado empezó a pagarme 14.000 pesetas anuales a modo de beca para materiales. Tengo 31 años, así que hablamos de 14.000 pesetas del año 1993. Desde los 17 me becaron con 32.000, con lo cual para cuando acabé el instituto el Estado había ingresado en mi cuenta 92.000 pesetas contantes y sonantes.

Entré en la Universidad y también tuve becas, nunca tuve que pagar ni una sola matrícula. A una media de, pongamos, 75.000 pesetas por curso, eso hacen 375.000. Además, recibí una beca escolar que, de media, eran unas 150.000 pesetas anuales: 750.000 en los cinco años. En quinto de carrera tuve, además, una beca de colaboración de mi Departamento. Se suponía que era para aprender investigar, pero lo único que me enseñaron fue a cargar carretillas de papel para la fotocopiadora, hacer funcionar la fotocopiadora y cambiar el tóner de la fotocopiadora. Me pagaron 23.000 pesetas al mes, diez meses. Total hasta aquí 1.447.000 pesetas. Unos 8700 euros.

Recibí cuatro becas diferentes para hacer el doctorado. La primera que acepté era de una fundación que me pagaba cuando le parecía oportuno, no me daba recibos del pago y, además, me metió en líos con Hacienda. En cualquier caso, seis meses a 600 euros, 3600 euros. Poco tiempo después recibí otra con patrones que me timaron en menos aspectos. No me contrataron, pero me hicieron firmar dedicación completa. Trabajé para ellos bajo la miserable forma de una beca: di clases, publiqué en revistas, hice estancias de investigación... pero días cotizados, cero. 800 euros al mes, 36 meses, 28.800 euros en total. A eso hay que sumar tres estancias de investigación en prestigiosos centros del extranjero, a digamos 1200 euros de subvención cada una. Esto ya parece el 1, 2, 3... 41.100 euros de todos los españoles. El último año, por fin, los becarios de investigación conseguimos que se nos hiciera un contrato. A la hora de firmarlo, te daban un papelito donde tenías que firmar que renunciabas a tu baja maternal, en caso de quedarte embarazada. Eso sí que son políticas de conciliación y lo demás cuentos. Nos daban, por primera vez, paga extra. Se la llevó Hacienda, pero la sumo igual. Doce meses, catorce pagas, a 1100 euros, 15400 euros, 56.500 en total.

Ahora viene la pirueta. Después de seis años trabajando para la Universidad, había cotizado un año. Cobré el paro y envié currículos. 630, mi madre lo recuerda bien. Durante mis dieciséis años en el mercado laboral español tuve los empleos más diversos además de la Universidad: guía turística para la tercera edad, traductora de manuales deportivos, profe particular, manufacturera -que no diseñadora- de bolsos y abalorios, dobladora de anuncios de radio... Que no se diga que no lo intenté en varios campos.

Lo intenté con todas mis fuerzas. Me agarré a la tierra de Asturias con pies y manos. Estuve un año en el paro, con una carrera, un máster, un doctorado, cuatro idiomas y dispuesta a trabajar de lo que saliese... pero no salió nada. En unos estaba demasiado formada, en otros no daba, literalmente, la talla -hasta para dependienta de tienda de ropa de adolescentes me presenté-, así que decidí emigrar. El camino fuera de Europa no es sencillo: veo a mis padres por Skype, mi presencia empieza a borrarse de los recuerdos de mis amigas -"¿todavía vivías aquí cuando pasó eso?"- y suplico a las alturas que el señor de inmigración no se quede con mi barra de turrón de Suchard y mis latas de bonito en aceite cuando vuelvo, siempre antes de Reyes, a incorporarme a mis clases en una estupenda Universidad de la soleadísima costa estadounidense del Pacífico. Lo más triste es que soy feliz aquí, a pesar de que veo la tristeza inmensa en los ojos de mis padres.

En resumen, España invirtió en mí, directamente, casi diez millones de pesetas, además de la formación universitaria, y ahora lo está aprovechando otro país: un lugar donde me siento un miembro útil y productivo de la sociedad. El problema más grande es que mi caso no es único. De mis quince compañeros del doctorado, solo dos están trabajando en España, en condiciones lamentables, eso sí, en la Universidad. Solo en nosotros, solo en nuestro pequeño rinconcito de la sala de becarios con sus palomas anidadas en una ventana, el Estado español tiró a la basura 130.000.000. Ciento treinta millones de pesetas que estábamos deseando revertir a la sociedad en aquello para lo que nos habíamos formado, pero no nos resulta posible. Trabajamos un tiempo gratis, mucho tiempo sin contrato, muchas más horas que una jornada estándar, sin sanidad, sin derecho a baja maternal, sin derecho a paro y, sobre todo, sin derecho a quejarnos. Porque éramos unos privilegiados, la creme de la creme de la intelectualidad que iba a llevar a España a cotas nunca antes conocidas. Y eso último es lo único cierto. Somos la generación que va a llevar a España a cotas nunca antes conocidas de desesperación, de frustración, de angustia, de parturientas añosas, de abuelos que van a tener que aprender chino o inglés para preguntarle a sus nietos -por skype- de qué color es la bici que piden a los Reyes Magos en casa de los abuelitos y que les va a llegar por correo.

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miércoles, 29 de septiembre de 2010

Huelga "general"

Huelga, sí, pero mucho antes. No es nada que ya no sepas. Huelga, sí, pero a pesar de los sindicatos. Los sindicatos se aprovechan de los favores del gobierno para hacerte la existencia un poquito más difícil, también era hora de que lo supieses. Huelga, sí, pero con respeto. Que tú, como pequeño empresario, no estés de acuerdo con la huelga general me parece respetable y es tu manera de manifestarte ante algo que ha tardado demasiado en convocarse. No respeto sin embargo los piquetes violentos esta mañana a tiendas o bares que poco después de que los piquetes llamados "informativos" se marcharan, volvían a abrir sus puertas. Mientras el gobierno está más preocupado en hacernos la del PP después de tanto tiempo y ocultar hacia dónde va el dinero recaudado por despidos, recortes y demás.
Sevilla se despertó esta mañana entre gritos como "ZETA PE ZETA PEEE, ZETA PE QUE ARTE, SABES QUIEN TE VA A VOTAR, SABES QUIEN TE VA A VOTAR, PO TU PUTA MADRE!" o los "fuera policía de la universidad" aludiendo a los disturbios que sufrieron varios estudiantes que intentaban hacer piquetes en la facultad central de la tabacalera por parte de la policía nacional.
Un poquito de dos dedos de frentes no le vendría nada mal a ciertos politicuchos o sindicalistas que han tenido la poca vergüenza de acudir a la huelga y encima provocar actos violentos contra pequeños comerciantes del centro. Eso sí, luego todo terminó de una manera muy nuestra, tomando cervezas en Prado San Sebastián.

Sin embargo, yo no puedo dejar de preguntarme ¿esto ha servido para algo?

sábado, 4 de septiembre de 2010

la libertad en tu cuello

Tú creías que sería en un día metódicamente especial. Yo sabía que el nacimiento de la libertad de tu cuello crecería solo cuando no te mirase. Bajo, quizás y sin excepción, la rama de algún árbol. De noche. En silencio. Bajo condiciones de amor inhumanas. Bajo el interés de la vida.

Comenzó a darte problemas por la parte superior. Lo aquejabas a tus orejas, siempre dispuestas a deformarse hacia el sur sin avisos ni condiciones. No eran tus orejas. Me dijiste que mirase tu nuca. Miré y no ví más que otras veces. Miré y solo observé la fricción de tus uñas contra tu picor lumbar. Tu cuello, y tú creías que sería en un día especial, se iba poco a poco, porque no le habías dado la libertad que necesitaba. Tú lo sentías y sabías que algún día, ése que te hacía mirar hacia delante, hacia la derecha o la izquierda, aquel que dirigía tu mirada hacia las faldas, las mierdas en el suelo o al espejo de los escaparates, ese.. se iría sin dejar rastro. Tan solo un aspecto físico más o menos adecuado y sostenible. Pero el cuello estaba evidentemente cansado de llevar las riendas de tu vida. De ser la mujer de tu vida. De no tener el reconocimiento que se le debe a un alma. Miré hacia atrás y solo alcancé a ver gente perdiendo sus cuellos, pero manteniendo sus formas. Intenté mirar el mío. No pude, no lo ví. Nunca supe si también se fue en busca de libertad y si alguna vez me hizo ver lo que debía mirar.

miércoles, 25 de agosto de 2010

dormida otras 24 horas más



Odiaba esa manera tan superficial de nombrar el “nosotros” que tenían los actores. La reportera le preguntó cuando volverían a verle en el escenario y el respondió un “volveremos a Madrid a finales de año”. Se apartó de la pantalla para mirar la hora con incredulidad. Había pasado casi medio día desde la hora del almuerzo. Nunca se habría permitido tal licencia de no haber sido por la inquietante mezcla de insomnio e incertidumbre que le provocaban sus pensamientos por la noche. Así que se fue corriendo a la cocina, en busca de algo que calmara su ansiedad, su soledad, su exhalación. Comenzó a beber como furia dos vasos de agua y se marchó corriendo a la cama, de puntillas. Cuando apagó la luz dio media vuelta y abrió los ojos. Se le había olvidado echarse la crema hidratante. Mierda. Encendió la luz, esperanzada, y se vio a si misma en el espejo sin mirarse demasiado. Se echó la crema, vio el pintalabios rojo y se rellenó toda la boca con él. Pensaba que al día siguiente sus labios tendrían o bien el aspecto de una perfecta modelo con labios rojos naturales, o bien el de una prostituta llorona de película.


Volvía a pensar, pero nada en concreto captaba su atención. Estaba demasiado angustiada intentando averiguar si debía conocer o no el motivo de su desesperación. Quizás solo fuese momentánea, al fin y al cabo ella siempre había sido una optimista de revista.


En la calle, abriendo ese resquicio de la ventana del salón que la salvaba de vez en cuando, no se oía nada. Había olvidado lo mucho que le gustaba sentir el olor a humedad en primavera. Solo a cierta hora de la madrugada. Solo cuando no se oía nada en la calle, cuando era demasiado tarde para los madrugadores y demasiado temprano para los insomnes. Cuando se escuchaban pájaros independientes y un poco obtusos que piaban bajito pronunciando tempranamente el nombre del día que ya era. Ellos nunca saben cuando empieza el día y cuando acaba la noche, por eso cantan cuando nadie lo hace. Se manifiestan para decirnos que no deberíamos dormir mientras ellos observan las maravillas de una ciudad caótica de día durante una hora intempestiva y gloriosa como cualquiera en la madrugada. Ahora sí tenía sueño. Pero seguía sin poder dormir. Tenía tantas cosas que hacer. Quería dormir y al día siguiente hacerlo todo. Ordenar las viejas fotos, decorar el cuarto, ir a clases, estudiar y tener la suficiente imaginación restante para inventar cualquier nueva teoría para ese trabajo en el que solo nos importa impresionar al profesor. Quería haber escrito algo, renovar los libros de la biblioteca, pasear por la tarde bajo el sol. Pero el simple hecho de no haber hecho nada de lo anterior le impedía dormir. Le impedía conciliar el sueños cuestiones que se fueron aplazando con los días. Y que ya era inevitable atrasar durante otras 24 horas. Fueron suficientes sus ojos para darle carpetazo a las historias mágicas, a los sueños.

domingo, 15 de agosto de 2010

flechas que se encienden y se apagan



Solo una mirada hacia arriba. Un gesto con las manos, una sonrisa dedicada. A ella, a ella, a ella… a ella. En la noche en la que creía que lo más hermoso que vería serían las estrellas desde aquel coche parado, vio su cara seria y calmada. Luego sus ojos, a juego con su cuello almibarado, con sus ganas, con sus defectos tan poco visibles. Un espejismo que pasó fugaz, con voz, con brazos, con casualidades de las que ella apreciaba tanto. Tanto. Casualidad dice que se volverán a ver, y a esta vez no les temblará el pulso al preguntarse el nombre y la procedencia, tan importante. Porque venían de amarse. Y porque solo saben sus nombres. Se encontrarán. Y no les temblará la voz como la primera vez. Se encontrarán y se reconocerán. Y alguno de los dos tendrá que saludar. Cuánto tiempo, ya te he conocido pero no sé dónde.



¿Te acuerdas de mí?



Solo una mirada hacia arriba. Un gesto, un par de sonrisas. Dedicadas.

viernes, 16 de julio de 2010

summertime (and your loving is easy)



Como decía Saramago en algunas de sus entrevistas, estoy en armonía con un mundo que no me gusta. Y es que todo parece tan sencillo cuando tus obligaciones se reducen y no te bombardean con noticias si tú no quieres. Cuando descansas y te mueves, cuando no te da tiempo ni siquiera a saludar a tu vecino. Y en el fondo estamos llevando la misma vida de estrés de mierda, pero en verano, que es mucho más relajante.



De todos modos, qué bonita es la vida. Y cómo se disfruta parándose dos segundos en la carrera de por la mañana, a contraluz. Cómo cantan los pájaros cuando todavía es muy temprano, como nunca lo hacen en invierno. Cuántos aleteos, luces que se cuelan por las ventanas vistas desde fuera, flores que aun no han sido arrancadas por la pasión de narices amantes. Cuantos besos húmedos y fríos por la noche, cuantas granizadas en el regazo del volver a casa. Abrir la puerta de casa es un sencillo placer de medio día. Pero si tú estás, si tú te vas. Mi casa es un poco más grande y más fría.



(se supone que esto me tendría que agradar en verano)

Foto: Dalí y su "easy loving"