martes, 13 de agosto de 2013

La mierda que comes

Hay muchas cosas que soy. Una de ellas es cabezota. Desde siempre me he resistido a reconocer que no sabía algo de algún tema, como si fuera vergonzoso aprender si no era en la escuela o en la universidad. Pero secretamente anhelaba esos conocimientos y deseaba hacerme con ellos de una vez.
Esto me ha pasado con la alimentación. Y no solo. Esto me ha pasado con mi manera de vivir hasta ahora.
Desde que tengo uso de razón adolescente he estado haciendo y dejando dietas para adelgazar. No he tenido un control sobre la comida, pero siempre he procurado alimentarme lo mejor que podía, según las nuevas teorías, dietas que iban saliendo. Sin hacer barbaridades o matarme de hambre, todo sea dicho. Mi poco conocimiento alimentario no me ha hecho hacer locuras como dietas de un alimento o adelgazantes de 4 días. No creo ni he creído nunca en eso.
Pero ha llegado un momento en el que me pregunto si he estado haciendo lo que tenía que hacer para estar más sana o simplemente me he limitado a hacer una dieta constante sin preocuparme de los nutrientes que tenía mi comida o no.
Hace unas semanas fui a un homeópata que me recomendó dejar los lácteos y el azúcar durante un tiempo, como pauta dietética y sabiendo por qué sustituirlos. He de decir que nunca he creído en esta clase de curaciones homeopáticas, pero vi a gente a la que le funcionaba y decidí probarlo, como forma diferente de enfrentarme al problema. Ahí empecé a introducirme en el mundo de la comida sana. Saber que algunos productos me hacían daño y solo servían para engordarme sin aportar nutrientes (ni siquiera el tan amado calcio) me hizo pensar que ahora tenía el conocimiento, empezaba a tener conciencia de que me estaban engañando.
Al ver a más y más expertos que han sido amenazados, a personas que se intentan ganar la vida con la agricultura ecológica y que son sometidas a controles constantes y trabas en el camino, me di cuenta de que esto era parte de un todo. Que no se puede cambiar comprando frutas y verduras en el supermercado. Que había que atacar el problema desde dentro. En la manera en la que nos fuese posible.
De esto, y de más cosas, me hizo darme cuenta el curso de agricultura ecológica al que asistí hace unos días en Villanueva de la Vera, en Cáceres. Descubrí que había gente que pensaba lo mismo, que sabía que había cosas que se escapaban a nuestro control y que no podíamos cambiar nosotros, pero había otras cosas en las que sí que podíamos hacerlo. Desde hacerse uno mismo los productos de belleza, limpieza, pasta de dientes, desodorantes, etc. hasta cultivar plantas pequeñas en el balcón de tu casa. Todo esto individualmente, para no corromper la cadena, como suele pasar.
No hay que ser radicales. No soy una de las que piensa que hay que dejar de comer de todo ahora mismo. Pero si sabes que algo es malo y puedes sustituirlo por otra cosa que tengas cerca, ¿por qué nos envenenamos?
Últimamente me da por preguntarle a la gente qué come y qué cree que necesita comer para estar sano. Es todo como un disco rallado que se ha parado en algún momento de nuestra conciencia. Todos sabemos lo que hay que comer para estar más sanos. Pero, ¿y si descubriéramos que esas cosas tan sanas no lo son? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Por qué en los últimos treinta años se han cuadruplicado los casos de cáncer en niños y las muertes prematuras a causa de los hábitos alimenticios? ¿Por qué la gente en mi pueblo está obesa? ¿Por qué cuando voy al super veo casi todos los carros con un litro de coca-cola? ¿Somos adictos?
Yo lo reconozco. Al dejar los lácteos y los azúcares durante estos 20 días (no lo intentéis en casa, lo mío va con suplementos dietéticos) me he dado cuenta de lo dependientes que somos de estos productos y al mirar las cestas de la compra de la gente, mucho más aún. Y sin embargo, me siento más fuerte que nunca. Y no estoy adelgazando. Estoy igual. Pero mi piel está mejor, me siento más resplandeciente. Muchos se harán la pregunta de ¿cómo voy a comprar productos ecológicos si son super caros? No hay nada más barato que la salud. Si no compras la leche de avena, comprarás la leche y la coca-cola (o algo innecesario para tu dieta, un capricho como solemos decir) y te saldrá por lo mismo. La cuestión está, aunque nos cueste, en comer menos, o en comer las cosas justas. Porque no penséis que a mí no me gusta comer, y no me privo de nada. De hecho, creo que es por eso por lo que no adelgazo con esta dieta, jeje.
El caso es que hay que cambiar de estilo de vida. Somos humanos, guerreros, que buscan su comida, que se esfuerzan. El hombre no es un lobo para el hombre, somos el 90% contra el 10%, o menos.
Por eso he decidido hacer algo, aunque sea solo un poco, aunque a veces caeré en contradicciones, porque estoy empezando, pero me quiero mover, y siempre hacia delante.
La primera cosa que hicimos en el curso es darnos las gracias. Parece una tontería, pero saber que hay personas que quieren cambiar ya te hace ser consciente de la mierda que nos rodea y de la necesidad de un cambio a nivel cooperativo. Dejar de ser individualistas por ayudarnos, por hacer trueques y los grupos asociativos solidarios tan de moda. Aunque las modas, ya se sabe, no son buenas.
Después fuimos al campo y nos sentamos todos juntos en círculo. Meditamos. Sí. Y os preguntaréis, ¿qué tiene que ver esto con comer bien? Pues todo y nada. Sentarte con los ojos cerrados, aunque al principio me pareciese algo raro, me sirvió para relajarme y oir los sonidos de la naturaleza, imaginas a tu cuerpo como un árbol que se enraiza poco a poco a la tierra hasta llegar al mismo centro y sentirla parte de ti, e incluso andar descalza como medio para seguir con las raices en la tierra, ser más realistas y no tan volátiles. Eso me gustó mucho, ya que yo no siempre he creido en la meditación, siempre he pensado que hacía a las personas alejarse de la realidad y creerse un poco mejores que los demás. Pero esto fue diferente. Después empezamos a hacer el cultivo, un bancal. Plantamos unas tomateras que ya tenían sus raíces y pusimos hierbas y avena para amortiguar y apoyar a la plantita que crecerá. Y después el abono o compostay a dejarlas crecer regándolas. Es preferible siempre regarlas por la mañana temprano o de noche. Ese día también hablamos, en nuestro tiempo de ocio en las gargantas del río, sobre cómo estamos esclavizados, mucho más que en la época medieval y cómo la caza de brujas fue un invento de los poderosos en esa época para matar a las mujeres ancianas que poseían todos los conocimientos sobre las curaciones, la vida del pueblo, ya que todo giraba en torno a sus cocinas. Si se acababan ellas, se acababa el problema o no.
Ese día fuimos a ver un concierto de música medieval mediterránea a un bar del pueblo. Me sorprendió ver cómo de integrado estaba lo ecológico en el pueblo, había hamburguesas de soja, hechas a mano, biológica, cuidando al pueblo. Y lo veía también en la calle, ancianos subiendo cuestas que sorprenderían al más aficionado a la escalada. En el albergue donde nos hospedamos, un antiguo monasterio precioso, se veían las estrellas perfectamente y estaban en medio de un campito con gallinas, loros y perros. Una vida ecológica, de personas de Madrid que venían a VIVIR al pueblo.
En el resto de días supimos un poco más acerca de cómo combatir las plagas de insectos o los hongos y aunque cada maestrillo tiene su librillo, supe que las infusiones de ajo o de cola de caballo vienen muy bien, y que no todos los animales son intrusos en nuestro huerto, ya que las larvas y los abejorros nos ayudan a criar a nuestras plantitas para que crezcan sanas y fuertes.
La diferencia en el sabor de las comidas, también lo sabréis, es totalmente distinta. Y habrá que acostumbrarse a tener frutas y verduras de temporada y no cada vez que se nos antoje. Somos la sociedad del aquí y ahora, y nos cuesta resistirnos a decir que no a ciertas cosas que nos gustan. Eso será así por mucho tiempo, pero yo al menos, intentaré ser consciente de que me están engañando y no hacerlo tanto. Si no puedes plantar, compra productos locales, esto nos salva tanto económicamente como humanitariamente y saludablemente.
¿Pero cómo dar salida a estos productos? Mucha gente quiere cambiar esto a mayor escala y decide tener huertecitos más grandes, para abastecer a más familias. Muchos de ellos, al ver todas las trabas que se les ponen, como es el caso de la Ecotienda de la Vera, se hacen insumisos al estado. No cotizan, pero no están sujetos a tanta burocracia, aunque sí a controles alimentarios. Recomiendo también el documental “Nuestros hijos nos acusarán”, muy interesante sobre el cambio de comida envasada a comida ecológica en los comedores escolares en la provincia occitana, Francia.
No digo que sea una persona distinta, pero muchas cosas han cambiado en mi mente. Y seguirán cambiando a medida que conozcamos más e individualmente aportemos nuestro granito de arena.
Quiero solo que lo penséis, que no me hagáis caso a mi porque sea yo, sino porque os interesa el tema y os informéis. Como yo estoy haciendo en este momento. Es difícil, pero todas las cosas que merecen la pena en la vida lo son. Mer dixit.