miércoles, 13 de enero de 2010

ojos saltones

En mi entorno solo hay gente con ojos como corchos de champán que reclaman atención. Los miro y entre ellos veo algunos que reconozco de inmediato. Algunos viandantes me miran al ver la cara desencajada de mi reflejo, me miran, se ríen y pasan de largo. Pero allí estaba él, con su mirada de los que lo consiguen todo sin intentar siquiera hacerlo, con los ojos saltones y un poco enrojecidos, como si él pudiese permitírselo.

Hola, ¿quieres que te invite a un café?

¿Por qué?

Porque yo lo digo.

Las pautas de comportamiento de ese ser ignoto se venían repitiendo los últimos días. Me decía su cabeza que tenía ganas de besarme y abrazarme, pero yo me lo negaba.

Vale – espeté con una sonrisa que seguía paralela al contorno oval de mi rostro.

Caminamos hacia la cafetería más lejana del centro, me sugirió con una breve mueca que entrásemos y suspiré de modo que notase mi incomodidad a su lado. Pero yo misma difería de ese pensamiento. Le dejaba andar porque sabía que nunca le iba a perder, si se hubiese marchado de verdad… eso es algo que nunca pensé y prefiero seguir sin pensar. Se suponía que después del verano debíamos estar juntos. Lo pasamos tan bien. Odiaba cómo se habían desmadejado los acontecimientos, uno detrás de otro. Pero él parecía no querer darse cuenta.

Quería saber cómo estabas – gritó susurrando, como si le fuese la vida en ello, con los ojos más saltones que antes.

Mal, ya lo sabes, nunca consigo lo que quiero – le dije con cierta indiferencia y mirando hacia otro lado.

¿Me piensas contar ya qué demonios te sucede?- dijo con tono de desesperación sofocada acercándose cada vez más.

Vale.

Hubo una pausa extraña e insalvable. Ahora mi rostro se hundió en la humedad de sus ojos y se volvió pálido y seco, como si quisiera expresar con gestos lo que no se podía explicar con palabras. Pero continué haciéndome la dura, sabía que eso debía enternecerle.

No quiero que nadie me conozca. Odio que sepan mi color preferido, las flores que más me gustan, la manera en qué duermo, cuando me voy a poner de mal humor, ser predecible. Detesto ir acompañada a los sitios, las experiencias vividas junto a otra persona, las maletas a juego. Si quieres que me declare, ya lo he hecho. Es mi declaración de intenciones. No pienso cambiar nada, porque quién sabe cuánto puede durar un amante. Yo soy inmortal para mí misma, así que no pienso renunciar a ser sarcástica, asocial y maleducada. Lo siento.

Observé cómo la cara de Isaac daba la vuelta, miraba al camarero, se giró y me miró a mí con ojos de incredulidad y tragando saliva dijo aún serio:

¿Eso es todo?

Salté de la silla alarmada y furiosa. Me fui adormentada por mis propios pensamientos, por los efluvios de sangre que discurrían sencillamente por mis piernas y brazos y me até mentalmente a mi pensamiento. Sin dejar de maldecirle por su reacción. Qué se habrá creído. Se ha pensado que estoy enamorada de él, el muy canalla. O quizás solo es que…. Me conoce demasiado.



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