jueves, 3 de junio de 2010

historias de un tren


El día de su cumpleaños no terminó exactamente como ella quería. Era una pena que no pudiese hablarle, ni verle. Así que se fue a dormir y tuvo un sueño de esos que se recuerdan perfectamente, de los que por mucho que te despiertes con un sobresalto vives durante todo el día.
En el sueño iba en el tren y de repente en la primera parada del trayecto, vio su cara. Nítida, seria. Fue una suerte ir en la parte trasera del vagón. Empezó a saludar con la mano como si le fuese la vida en ello, gritándole con palabras que no salían de su boca. Él miró y empezó a sonreir y a saludar, el tren se movía, era como revivir la despedida incierta del último día que se vieron, una vez más. De repente el tren se paró. Ahora, ella, pálida comenzó a reflexionar acerca de seguir sus impulsos y bajarse del tren, abrazarlo, besarlo (por qué no) y olerlo. Pero su historia, la de ellos dos, y su ilusión se habían acabado hacía tiempo. Así que justo cuando estaba en la puerta dispuesta a salir, las puertas se cerraron y con ella toda esperanza de volver a verle, el tren empezó a moverse. Entonces...

Le vio.


él corría como si no hubiese asfalto sobre el que caerse, flotando hasta llegar al tren, con la sonrisa aún en la cara. Los cristales del tren quisieron romperse hasta hacerse diamantes sobre el apeadero de aquella ciudad. Pero no lo hicieron. Ella no tuvo más remedio que sentarse en el tren con la cara de abatimiento, esperando despertarse del sueño.



Cuando despertó, todavía era el día de su cumpleaños, hizo una foto con el móvil y la puso de fondo, para inmortalizar ese día. Para saber que todos los días serían ese. Para no abandonarle nunca más.

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