El chico de la pizzeria me sonríe de oreja a oreja cada vez
que entro por la puerta. Tiene los ojos cada vez más brillantes y azules y no
puedo dejar de reirme cada vez que me acerco.
Me siento en un rincón para alejarme de él pero en seguida
me pongo a mirar sus ojos fijos en mi pelo. Me lo imagino recorriendo 1000
kilómetros descalzo por mi sonrisa y los ojos se me iluminan.
Es solo el chico de la pizzeria, pero es mi chico de la
pizzeria.
El que quizás se merezca una oda, al que quizás desnudaría a
solas. Una contradicción, una espera, una pasión. Y después, una dulce y
calmada entrega.
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