Ví el cartel que rezaba “Se imparten clases de árabe” en el tablón y no pude evitar sentir curiosidad. Conocía a esa chica de la facultad. Siempre iba con un velo muy cortito, con vaqueros, camisetas ajustadas y unos tacones de infarto.
Esa misma tarde la llamé y acordamos una cita para el día siguiente. Nada me atraía más que la curiosidad de saber si se quitaría el velo delante de mí.
A la mañana siguiente pasé a su cuarto en aquel piso de las afueras. Tenía ya una mesa preparada con un flexo y algunos folios con dibujos. Ella iba ya sin velo.
Me sorprendió la sensación de sentirme una descarada al mirarla directamente a la cara, con aquella cabellera negra rozando sus mejillas. Sentía que era a mí, y sólo a mí, a quien ofrecía el secreto más prohibido de su misterio. No podía dejar de mirarla durante toda la clase. Aprendí a decir hola, adiós, ¿qué es esto? y ¿cómo estás? Pero no fue sino cuando salí de allí, cuando recordé las palabras que me dijo acerca de su velo con claridad:
- Yo soy una mujer independiente. Vivo el islamismo en España, sin que nadie me pueda decir: quítate o ponte esto. ¿No crees? Las mujeres como yo, llevamos velo a la manera europea, lo llevamos porque no queremos ser un objeto sexual, que las compañías de moda o de cabello nos vistan como quieran y nos dicten una moda. Para que por una vez en la vida seamos vistas como algo más que un cuerpo o un cabello, para que seamos tratadas igual que los hombres. Todas las que vivimos así, somos en el fondo unas feministas acérrimas.
Me costó trabajo darle vueltas a su bien argumentado pensamiento. Pensé que en cierto modo tenía razón, que la moda y la peluquería seguían formando parte de un sistema falso e hipócrita que no me gustaba. Pero ¿acaso no le imponían a ella en el Islam llevar un velo? Ya fuera porque significaba humildad o sumisión. Me fui a casa creyendo haber descubierto una parte del mundo que más tarde olvidaría. Y así fue.
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