A veces no podemos evitar decepcionarnos. En el mejor de los casos lo hace una película, un mal libro, una nota. En el peor, una persona. Un amor. Decía Walt Whitman que debemos aceptar la realidad sin cuestionarla. Pero qué pasa cuando en esa realidad solo hay sombras y no se ve nada claro? Debemos seguir aceptándola? Yo quiero averiguar, y seguir investigando los porqués de estas pequeñas decepciones.
Algunas mujeres, inevitablemente, a medida que pasan los días junto a alguien que les atrae comienzan a sentirse inseguras, ya no se muestran como son y, como consecuencia, acaban siendo pasto para libros de mala literatura. Amores imposibles, les llaman. Pero nada más lejos de la realidad, no existen. Quien lo crea tiene una gran e infinita excusa para darse durante el resto de su vida. Pero ¿qué pasa con la lucha? Con el ¿todo vale en el amor y en la guerra? ¿con el romanticismo gastado y a veces tan necesario incluso con el chico de la discoteca?. Se muere.
Y después todo acaba y nadie se hace preguntas, nadie se llama, nadie se vuelve a mirar a la cara. Porque tienen miedo al futuro o quizás lo tengan del pasado. Esas personas que solo viven en el presente no pueden evitar los otros dos espacios temporales y sin embargo presumen de hacerlo. Pero os diré una cosa, no está bien hacerlo utilizando a los demás. No está bien. Y la sociedad les deja, nosotros les dejamos hacerlo. Uno de esos hombres que solo sirven para eso, me decía una amiga hace poco. Y yo pensé: ¿Tan poco valor se dan a ellos mismos? ¿Quién pondrá el punto final o al menos le dará una buena bofetada a su indolencia?
No hay comentarios:
Publicar un comentario