Hay muchas cosas que soy. Una de ellas es cabezota. Desde
siempre me he resistido a reconocer que no sabía algo de algún tema, como si
fuera vergonzoso aprender si no era en la escuela o en la universidad. Pero
secretamente anhelaba esos conocimientos y deseaba hacerme con ellos de una
vez.
Esto me ha pasado con la alimentación. Y no solo. Esto me ha
pasado con mi manera de vivir hasta ahora.
Desde que tengo uso de razón adolescente he estado haciendo
y dejando dietas para adelgazar. No he tenido un control sobre la comida, pero
siempre he procurado alimentarme lo mejor que podía, según las nuevas teorías,
dietas que iban saliendo. Sin hacer barbaridades o matarme de hambre, todo sea
dicho. Mi poco conocimiento alimentario no me ha hecho hacer locuras como
dietas de un alimento o adelgazantes de 4 días. No creo ni he creído nunca en
eso.
Pero ha llegado un momento en el que me pregunto si he
estado haciendo lo que tenía que hacer para estar más sana o simplemente me he
limitado a hacer una dieta constante sin preocuparme de los nutrientes que
tenía mi comida o no.
Hace unas semanas fui a un homeópata que me recomendó dejar
los lácteos y el azúcar durante un tiempo, como pauta dietética y sabiendo por
qué sustituirlos. He de decir que nunca he creído en esta clase de curaciones
homeopáticas, pero vi a gente a la que le funcionaba y decidí probarlo, como
forma diferente de enfrentarme al problema. Ahí empecé a introducirme en el
mundo de la comida sana. Saber que algunos productos me hacían daño y solo
servían para engordarme sin aportar nutrientes (ni siquiera el tan amado
calcio) me hizo pensar que ahora tenía el conocimiento, empezaba a tener
conciencia de que me estaban engañando.
Al ver a más y más expertos que han sido amenazados, a
personas que se intentan ganar la vida con la agricultura ecológica y que son
sometidas a controles constantes y trabas en el camino, me di cuenta de que
esto era parte de un todo. Que no se puede cambiar comprando frutas y verduras
en el supermercado. Que había que atacar el problema desde dentro. En la manera
en la que nos fuese posible.
De esto, y de más cosas, me hizo darme cuenta el curso de
agricultura ecológica al que asistí hace unos días en Villanueva de la Vera , en Cáceres. Descubrí
que había gente que pensaba lo mismo, que sabía que había cosas que se
escapaban a nuestro control y que no podíamos cambiar nosotros, pero había
otras cosas en las que sí que podíamos hacerlo. Desde hacerse uno mismo los
productos de belleza, limpieza, pasta de dientes, desodorantes, etc. hasta
cultivar plantas pequeñas en el balcón de tu casa. Todo esto individualmente,
para no corromper la cadena, como suele pasar.
No hay que ser radicales. No soy una de las que piensa que
hay que dejar de comer de todo ahora mismo. Pero si sabes que algo es malo y
puedes sustituirlo por otra cosa que tengas cerca, ¿por qué nos envenenamos?
Últimamente me da por preguntarle a la gente qué come y qué
cree que necesita comer para estar sano. Es todo como un disco rallado que se
ha parado en algún momento de nuestra conciencia. Todos sabemos lo que hay que
comer para estar más sanos. Pero, ¿y si descubriéramos que esas cosas tan sanas
no lo son? ¿Cómo reaccionaríamos? ¿Por qué en los últimos treinta años se han
cuadruplicado los casos de cáncer en niños y las muertes prematuras a causa de
los hábitos alimenticios? ¿Por qué la gente en mi pueblo está obesa? ¿Por qué
cuando voy al super veo casi todos los carros con un litro de coca-cola? ¿Somos
adictos?
Yo lo reconozco. Al dejar los lácteos y los azúcares durante
estos 20 días (no lo intentéis en casa, lo mío va con suplementos dietéticos)
me he dado cuenta de lo dependientes que somos de estos productos y al mirar
las cestas de la compra de la gente, mucho más aún. Y sin embargo, me siento
más fuerte que nunca. Y no estoy adelgazando. Estoy igual. Pero mi piel está
mejor, me siento más resplandeciente. Muchos se harán la pregunta de ¿cómo voy
a comprar productos ecológicos si son super caros? No hay nada más barato que
la salud. Si no compras la leche de avena, comprarás la leche y la coca-cola (o
algo innecesario para tu dieta, un capricho como solemos decir) y te saldrá por
lo mismo. La cuestión está, aunque nos cueste, en comer menos, o en comer las
cosas justas. Porque no penséis que a mí no me gusta comer, y no me privo de
nada. De hecho, creo que es por eso por lo que no adelgazo con esta dieta,
jeje.
El caso es que hay que cambiar de estilo de vida. Somos
humanos, guerreros, que buscan su comida, que se esfuerzan. El hombre no es un
lobo para el hombre, somos el 90% contra el 10%, o menos.
Por eso he decidido hacer algo, aunque sea solo un poco,
aunque a veces caeré en contradicciones, porque estoy empezando, pero me quiero
mover, y siempre hacia delante.
La primera cosa que hicimos en el curso es darnos las
gracias. Parece una tontería, pero saber que hay personas que quieren cambiar
ya te hace ser consciente de la mierda que nos rodea y de la necesidad de un
cambio a nivel cooperativo. Dejar de ser individualistas por ayudarnos, por
hacer trueques y los grupos asociativos solidarios tan de moda. Aunque las
modas, ya se sabe, no son buenas.
Después fuimos al campo y nos sentamos todos juntos en
círculo. Meditamos. Sí. Y os preguntaréis, ¿qué tiene que ver esto con comer
bien? Pues todo y nada. Sentarte con los ojos cerrados, aunque al principio me
pareciese algo raro, me sirvió para relajarme y oir los sonidos de la
naturaleza, imaginas a tu cuerpo como un árbol que se enraiza poco a poco a la
tierra hasta llegar al mismo centro y sentirla parte de ti, e incluso andar
descalza como medio para seguir con las raices en la tierra, ser más realistas
y no tan volátiles. Eso me gustó mucho, ya que yo no siempre he creido en la
meditación, siempre he pensado que hacía a las personas alejarse de la realidad
y creerse un poco mejores que los demás. Pero esto fue diferente. Después
empezamos a hacer el cultivo, un bancal. Plantamos unas tomateras que ya tenían
sus raíces y pusimos hierbas y avena para amortiguar y apoyar a la plantita que
crecerá. Y después el abono o compostay a dejarlas crecer regándolas. Es
preferible siempre regarlas por la mañana temprano o de noche. Ese día también
hablamos, en nuestro tiempo de ocio en las gargantas del río, sobre cómo estamos
esclavizados, mucho más que en la época medieval y cómo la caza de brujas fue
un invento de los poderosos en esa época para matar a las mujeres ancianas que
poseían todos los conocimientos sobre las curaciones, la vida del pueblo, ya
que todo giraba en torno a sus cocinas. Si se acababan ellas, se acababa el
problema o no.
Ese día fuimos a ver un concierto de música medieval
mediterránea a un bar del pueblo. Me sorprendió ver cómo de integrado estaba lo
ecológico en el pueblo, había hamburguesas de soja, hechas a mano, biológica,
cuidando al pueblo. Y lo veía también en la calle, ancianos subiendo cuestas
que sorprenderían al más aficionado a la escalada. En el albergue donde nos
hospedamos, un antiguo monasterio precioso, se veían las estrellas perfectamente
y estaban en medio de un campito con gallinas, loros y perros. Una vida
ecológica, de personas de Madrid que venían a VIVIR al pueblo.
En el resto de días supimos un poco más acerca de cómo
combatir las plagas de insectos o los hongos y aunque cada maestrillo tiene su
librillo, supe que las infusiones de ajo o de cola de caballo vienen muy bien,
y que no todos los animales son intrusos en nuestro huerto, ya que las larvas y
los abejorros nos ayudan a criar a nuestras plantitas para que crezcan sanas y
fuertes.
La diferencia en el sabor de las comidas, también lo sabréis,
es totalmente distinta. Y habrá que acostumbrarse a tener frutas y verduras de
temporada y no cada vez que se nos antoje. Somos la sociedad del aquí y ahora,
y nos cuesta resistirnos a decir que no a ciertas cosas que nos gustan. Eso
será así por mucho tiempo, pero yo al menos, intentaré ser consciente de que me
están engañando y no hacerlo tanto. Si no puedes plantar, compra productos
locales, esto nos salva tanto económicamente como humanitariamente y
saludablemente.
¿Pero cómo dar salida a estos productos? Mucha gente quiere
cambiar esto a mayor escala y decide tener huertecitos más grandes, para
abastecer a más familias. Muchos de ellos, al ver todas las trabas que se les
ponen, como es el caso de la
Ecotienda de la
Vera , se hacen insumisos al estado. No cotizan, pero no están
sujetos a tanta burocracia, aunque sí a controles alimentarios. Recomiendo
también el documental “Nuestros hijos nos acusarán”, muy interesante sobre el
cambio de comida envasada a comida ecológica en los comedores escolares en la
provincia occitana, Francia.
No digo que sea una persona distinta, pero muchas cosas han
cambiado en mi mente. Y seguirán cambiando a medida que conozcamos más e
individualmente aportemos nuestro granito de arena.
Quiero solo que lo penséis, que no me hagáis caso a mi
porque sea yo, sino porque os interesa el tema y os informéis. Como yo estoy
haciendo en este momento. Es difícil, pero todas las cosas que merecen la pena
en la vida lo son. Mer dixit.
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