Me pongo a pensar y ahora mismo no sé ni lo que he aprendido. Y es tanto. Y es nada. Será porque la memoria juega a hacerse la divertida, como cuando era pequeña y creía saberlo todo. “Merce, esto se hace a…”, “YA lo sé”. Pero no sabía nada, y lo sabía todo, era una niña. Ahora creo seguir siéndolo pero sabiendo realmente que lo sé. Y es mentira todo, los niños no salen de la casa de sus padres para aprender a cocinar y mantener una casa, salen para ser padres, para sentirse responsables sabiendo que aún su juventud les puede salvar de pequeñas cosas que se dejan por el camino. Somos jóvenes pero hemos aprendido muchas cosas. A creer en cualquier tipo de persona, a no distinguir entre razas, edad o estilos. Al final todos buscan lo mismo. Sonreír. Y a una… pues no es por no ser modesta, pero se le dan bien estas cosas, aunque a veces el optimismo se desvirtúe pensando que cada vez que te digan por teléfono que quieren hablar contigo es por algo que has hecho mal. Pero sigo siendo jodidamente optimista, y ahora más llena de energía que nunca. Porque sé secretos que nadie sabrá y he visto cosas que nunca recordaré pero que volveré a soñar una y otra vez. El incienso, los paseos, la música, los aperitivos, los catálogos, los besos y sobretodo los pocos y selectivos abrazos, la añoranza, el llanto, las sonrisas, el sentirte especial por ser común entre los diferentes, el tener las ventajas del que viaja y crea admiración y admirar a las personas que quieren aprender cosas sobre ti o tu país, y enseñar mucho para no olvidar, y volver a echar de menos y a veces, reír a carcajadas al pensar en el futuro, y llorar por las cosas que habrías cambiado pero que nunca cambiarás. Porque al fin y al cabo lo único que nos hace especiales, somos nosotros. Y si es verdad eso que dicen de que cambiar es difícil, ¿para qué intentarlo?, dejemos que el tiempo lo haga por nosotros, y que brinde si quiere …
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